En el libro Mi cuerpo, la modelo yankee Emily Ratajkowski, explicó con una precisión increíble todo lo que sintió al momento de dar a luz.
Foto Emily
Así lo explicó en su libro Mi cuerpo:
"Nuestras vidas pendían de un hilo, pero yo no podía hacer nada para garantizar nuestra seguridad. Nuestra supervivencia dependía de los misteriosos mecanismos de mi cuerpo.
Alguien me había dicho que, para dilatar, las ondas cerebrales de una mujer tienen que relantizarse y alcanzar un estado similar al orgasmo. Era extraño pensar en sexo mientras estaba de parto, sin embargo, en el momento en el que otra contracción me abrasó la columna vertebral, fue un alivio recordar que mi cuerpo era capaz de sentir placer y liberación.
Traté de ocupar la mente con la nada. Dejé que la contracción me consumiera.
De repente, una nueva sensación: confianza. Mi cuerpo me había llevado hasta ahí,¿no?. Era resistente. Había dado refugio a mi hijo durante nueve meses de crecimiento y había mantenido su corazón en marcha mientras su ser, entero y complicado, se desarrollaba en mi interior. Ahora mi cuerpo se abría, puntual. Supe entonces que tenía que soltarme. Pese al miedo, me calmé. Me rendí.
Vomité en un recipiente pequeño de plástico que una enfermera me acercó a la boca. Todo estaba luminoso. No había colores, solo luz blanca. Era por la mañana, la ciudad se estaba despertando. Pensé que en el café que se consumiría, en las duchas calientes, en los amantes despidiéndose de una noche juntos. Había millones de personas sus rituales, preparando sus cuerpos para otro día de vida. El nacimiento es algo tan ordinario como cualquiera de esos pequeños actos: en todo momento, hay un cuerpo de mujer de parto. La forma en que nuestros cuerpos nos llevan por la vida es una cosa tan extraordinaria como común.
Sentí una puñalada en la pelvis y en la zona baja de la espalda. Las contracciones dirigían la habitación: sus ritmos lo determinaban todo. Yo anunciaba cada vez que una de ellas llegaba al pico, y entonces la enfermera, la doctora y S corrían a ponerse a posición, a mi lado, para después, como una marea, retirarse y dispersarse de nuevo. Me veía recompensada con cada empujón: un descanso del dolor y luego un vistazo rápido a la coronilla de mi hijo.
En el espejo colocado encima de mi ya no reconocía a mi propia cara; estaba inflamada y roja, con las venas de las sienes muy pronunciadas, palpitando. Tenía el cuerpo hinchado, en carne viva; no lo reconocía. Todo se había transformado. El latido de mi bebé crepitó en el monitor.
Oí una voz decir algo sobre que había pasado demasiado tiempo, que el ebebé era demasiado grande y yo demasiado pequeña.
-Quizá habría que usar la ventosa-apuntó la doctora.
"NO"-pensé
-Empuja! me dijo S mientras me sujetaba la cabeza entre las manos y presionaba su frente contra la mía.
Cerré los ojos
"Vas a conocer a tu hijo, ya mismo" me habían dicho las enfermeras para darme ánimos. Nunca había entendido que la gente describiese el parto como un encuentro, hasta ese momento.
Lo sentí, su cuerpo sobre mi pecho, aunque la sensación más intensa era la de su presencia en la habitación.
En mitad del aturdimiento, lo abracé más. "De mi carne" pensé. Pese a que el espejo estaba apartado a un lado, aún podía ver el lugar del que había salido. Mi cuerpo.
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