Las tres fases psicológicas en la reacción de los reclusos a la vida en el campo
- Andres Alarcia
- hace 26 minutos
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En el libro El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl distinguen tres reacciones desde la psicología al encierro en la peor etapa de la humanidad en Alemania.

Foto Campo concentración Alemania
Primer síntoma: Shock
El síntoma característico de la primera fase es el shock. En cirtas situaciones, ese shock puede preceder a la entrada del recluso en el campo.
Contando su llegada a Auschwitz, explica: "Me estremecí de horror, pero la realidad no iba a diferir de los imaginado: lentamente, teníamos que acostumbrarnos a la inmensa y terrible barbarie.
En psiquiatría hay un estado de ánimo que se denomina "ilusión del indulto". Se trata del proceso de consolación que desarrollan los condenados a muerte antes de su ejecución: conciben la infundada esperanza de que van a ser indultados en el último minuto.
Hambrientos, tiritando de frío, no disponíamos de espacio ni para estar en cuclillas, y ,menos para tumbarnos. En cuatro días, el único alimento que ingerimos fue un trozo de pan de unos 150 gramos.
La segunda fase: la de la apatía generalizada que lo llevaba a una especie de muerte emocional.
Ahora la tortura interior se intensificaba con sensaciones más dolorosas que el prisionero intentaba apaciguar. La principal era la intensa añoranza del hogar y la familia.
A la mayoria de los prisioneros se les entregaba un uniforme tan andrajoso que, por comparación, un espantapájaros parecía elegante. El suelo entre los barroncones era un lodazal y cuanto más intentábamos evitarlo, más nos hundíamos en él. Era una práctica habitual destinar a los recién llegados a limpiar las letrinas y retirar los excrementos.
Repugnancia, piedad, indignación, horror eran emociones que nuestros prisioneros ya no podían sentir.
La apatía, la anestesia emocional y la sensación de que a uno ya no le importa nada eran los síntomas característicos de la segunda fase a las reacciones psicológicas de los internados del campo. Pronto, el prisionero construía gracias a la insensibilidad, un muy necesario escudo protector. En el Lager se reciben golpes por cualquier motivo y a veces sin motivo alguno.
En esta situación, no es el dolor físico lo que más hiere sino la humillación y la indignación por la injusticia, el sentido de todo eso.
Cuento este suceso, aparentemente trivial para mostrar que la indigación podía surgir incluso en prisioneros endurecidos, una indigación suscitada menos por la crueldad física o el dolor que por el insulto. En aquel momento me hirvió la sangre al verme juzgado por un hombre que no sabía nada de mí.
La apatía, el principal síntoma de la segunda fase, actuaba como un mecanismo necesario de autodefensa. La realidad era atuenada y toodos los esfuerzos y emociones se concentraban en una única tarea: la de conservar la propia vida y la vida de los amigos.
Tercera fase: relajación total
Soñamos con la libertad que el término parecía gastado y carecía de sentido. No penetraba en nuestra conciencia: no comprendíamos su significado. Aún no creíamos que la libertad nos perteneciera.
Pero no fue más que un leve destello, aún no pertenecíamos a ese mundo.
Habíamos perdido la capacidad de sentir alegría y teníamos que volver a aprender lentamente.
Lo que les sucedía a los prisioneros se denomina en psicología "despersonalización". Todo parecía irreal, improbable, como un sueño. No podíamos creer que fuera verdad.
El cuerpo desarrolla menos inhibicines que la mente.
Sería un error creer que el prisionero liberado de un campo de concentración ya no necesitaba ninguna atención psicológica. Así como un buzo-sometido a la presión atmosférica- correría peligro si le quitaran de golpe la escafandra, el hombre repentinamente liberado de una tensión psicológica puede sufrir daños en su salud psíquca.
Además de la deficiencia moral, consecuencia del cese repentino de la tenisón psicológica, otras dos experiencias fundamentales amenzaban con dañar el carácter del hombre liberado: la amargura y el desencanto que sufría al regresar.
La amargura se surtía del cúmulo de decepciones que el recién liberado sufría al volver a la vida anterior. Se amargaba al comprobar que en muchas partes era recibido con nada más que un encogimiento de hombros y frases rutinarias. Constantemente escuchaba expresiones esterotipadas del tipo: "no sabíamos nada, "también nosotros hemos sufrido" "¿no tenían nada mejor que decir?
La experiencia del desencanto fue distinta. En este caso, el propio destino demostraba su crueldad, no el amigo. El hombre que durante años había pensado que había tocado el fondo del sufrimiento veía ahora que el sufrimiento no tenía límites, que todavía podía seguir sufriendo y aún con más intensidad"
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