En su libro Lamar Odom, memorias, el nuyorkino reveló su difícil realidad-pese a tener todo y más en la vida material.- con las drogas. Un hecho puntual en su infancia lo marcó para el resto de su vida.
Foto Lamar Odom Miami Heat NBA
Así lo reveló:
"Mi adicción al sexo iba de la mano de mi adicción a la cocaína. Me afectaban desde que abría los ojos hasta que me iba a dormir y los cerraba de nuevo. Intentad compaginar esto con un trabajo de día.
Probé la cocaína por primera vez en algún momento de verano de 2004 y fue una experiencia reveladora. Estaba en el Shore Club, un hotel de lujo de MIami para famosos y millonarios. Yo andaba por la piscina con un grupo de colegas y me crucé con una pareja de ricachones blancos sentados al borde del agua. El tipo se incorporó de su silla lounge y me preguntó si tenia cocaína. Era una pregunta insólita a la que respondía de manera más insólita todavía.
-Creo que puedo conseguir- respondí.
No tengo la menor idea de por qué dije eso.
Me dirigí hacia mis colegas y me pasaron una bolsita.
Me puse un poco nervioso. No tenia ni idea de cómo me iba a sentar, y lo que es peor: me daba miedo que me gustara.
Mis miedos se confirmaron. La primera vez que esnifé cocaína sentí un orgasmo integral por todo el cuerpo. Y, en cierta manera, lo tuve.
Vaciamos la bolsa en la mesa y yo me desenfundé mi American Express negra de mi bolsillo y empecé a separar la cocaína en varias rayas. No sabia muy bien lo que estaba haciendo, pero lo había visto en las películas.
Me extendió el billete. A la mierda. Me incliné , me puse el billete en la nariz y aspiré por el orificio izquierdo. La cabeza se me fundió y pegué un bote fulminante. Sentí un subidón que nunca antes había sentido y no volvería a sentir.
Me pasaría la mayor parte de los próximos quince años intentando reproducir aquel primer subidón. Necesitaba sentirlo de nuevo. Y si tenia que matarme para conseguirlo, así lo haría.
La cocaína es una droga de la hostia.
Mi romance con la cocaína había llegado para quedarse. La sensación era idéntica a conocer una chica y caer rendido a sus pies, perdidamente enamorado, y querer verla a todas horas. Anda que no fui así la primera vez que probé la falopa. Al principio no eres consciente del poder que tiene, ni del poder ni del control que ejerce sobre ti.
Empece a rodearme de gente que hacia lo mismo que yo. Econtrar a cómplice tóxicos nunca fue complicado. Los hay a patadas. Suspiran por regocijarse en tu fama y te colman de falopa.
Habia noches en que parecía que en South Beach hubiese más cocaína que arena. Conforme mi consumo de drogas empezó a incrementar, descubriría que las strippers mejoraban con la cocaína y que la cocaína mejoraba el sexo. Sentía una invencibilidad que el baloncesto, el dinero, y la fama jamás me habían dado, lo cual era un pelotazo en su mismo.
Mi consumo de cocaína pasó de puntual a habitual, aunque decidí ocultárselo a mis amigos más cercanos.
Foto Lamar Odom NBA Miami Heat
Mi colección de amigos crecía tan deprisa como mi hobby.
Yo me pasaba horas, días, en su mansión, con montañas de cocaína por todas partes. Cuando eres adicto en ciernos, estar rodeado de cómplices y consumidores habituales es una cosa, pero liarla con gente que tiene una voracidad narcótica superior a la tuya es como pulsar el botón de adelantar rápido de tu propia adicción.
La cocaína estaba en todas partes.
Me había convertido en un drogadicto, simple y llanamente. Habia llegado a esta terrible, indeseable e inevitable conclusión prácticamente en piloto automático. Parecía que fuera mi destino. Habia redactado mi CV de drogadicto antes incluso de haberme liado el primer canuto. O mejor dicho, otros lo había redactado por mi.
Mi padre maltrataban físicamente a mi madre, mi única fuente de protección, delante de mis narices. Ella gritaba, lloraba y se revolvía.
Yo estaba indefenso y me sentía como un cobarde por no hacer nada al respecto. Me arrebató cualquier poder antes incluso de que entendiera lo que significaba atesorarlo. Veía a mi madre molida a palos, y luego nos íbamos a dormir dos pasos el uno del otro en nuestras camas. Escuchaba mi madre sufriendo para darse la vuelta en la cama. Sus suspiroos impregnaban el aire como una asfixiante fumata negra que seria mucho más destructiva que todas las caldas de humo narcótico que aspiraraia en mi vida.
Aquel seria uno de los traumas de los que nunca me recuperaría.
No lo he hecho al día de hoy.
Me convencí de que todo lo que me pasaba era cosa del destino.
Aunque, por encima de todo, lo que más anhelaba era el subidón, el pelotazo. El motivo por el que te metes falopa.
Perseguí el colocón, de pelotazo, deseando sentirlo como la primera vez. Si no funcionaba, me hacia otra raya. Y luego otra. "
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