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El factor hambre como instinto básico de la vida psíquica de los prisioneros en Alemania

  • Andres Alarcia
  • 1 nov
  • 2 Min. de lectura

En el libro El hombre en busca de sentido de Vicktor Frankl, explican lo que vivían los prisioneros en la peor etapa de la humanidad en Alemania.

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Foto Campo Concentración Alemania


Así lo narran:


"Debido a la grave desnutrición que sufrían los prisioneros, eran natural que el instinto básico principal en torno al cual giraba la vida ´psíquica fuera el afán de conseguir comida. Si no se sentían estrechamente vigilados, al infrecuente, los prisioneros empezaban a hablar enseguida de comida. Preguntaban a su compañeros de zanja por su plato preferido, intercambiaban recetas y planeaban un suculento menú para el día en que, liberados, se reunieran en su casa.


Aunque produzcan algún alivio psicológico momentáneo, acarrean perjuicios fisiológicos.


En la última época de nuestro cautiverio, la dieta diaria se reducía a una ración de sopa aguada y un minúsculo pedazo de pan. Adicionalmente, se repartía una "entrega extra" de forma alterna, o bien 20 gramos de margarina, o una rodaja de salchicha de mala calidad, o un trocito de queso, o una pizca de algo que pretendía ser miel o una cucharada de mermelada aguada. Una dieta absolutamente insuficiente en calorías, sobre todo teniendo en cuenta el duro trabajo físico y la continua exposición a la intemperie con ropas inapropiadas. Los enfermos que necesitaban "cuidados especiales" es decir, los que tenían el permiso de quedarse en el barracón y no salían a trabajar, se encontraban en condiciones aun peores.


Cuando desparecían las últimas capas de grasa subcutttpanea y parecíamos esqueletos disfrazados con pellejos y andrajos, podíamos ver que nuestros cuerpos se devoraban a si mismos. El organismo digería sus propias proteínas y los músculos desaparecían, entonces el cuerpo perdía todo el poder de resistencia.


Uno tras otro, los miembros de nuestra pequeña comunidad del barracón iban muriendo.


Manteníamos largas discusiones sobre lo adecuado o inadecuado de ciertos métodos empleados para conservar el trozo de pan diario, que en la época final de nuestro confinamiento nos daban solo una vez al día. Predominaban dos criterios. Uno eran partidarios de comer el pan inmediatamente. Eso tenía la doble ventaja de aliviar, al menos una vez al día, aunque brevemente los dolorosos retortijones del hambre, y evitar el posible robo o la pérdida de la ración. Otros optaban por fraccionar la ración. Yo finalmente me uní a este grupo. Tenía mis razones:


El despertar era, sin duda, el momento más terrible de las 24 horas de vida en un campo de concentración. Aún era de noche cuando los tres agudos pitidos de la sirena nos arrancaban sin piedad de nuestro sueño exhausto y de sus añoranzas. "

 
 
 

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