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Cómo era el proceso de selección activa y pasiva en los campos de concentración según Víktor Frankl

  • Andres Alarcia
  • hace 23 horas
  • 2 Min. de lectura

En el libro El Hombre en busca del sentido, explican con una frialdad absoluta cómo era el sistema de elección de la parte más oscura de la humanidad en Alemania.

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Foto Campo de concentración museo


Así lo explican:

"Quienes nunca han pisado un Lager se hacen una idea equivocada de la vida en un campo de concentración mezclando sentimentalismo y compasión. Desconocen la lucha por sobrevivir que extenuaba a los prisioneros, especialmente en los campos pequeños: la lucha diaria por un trozo de pan, por mantenerse vivo o salvar a un amigo. Tomemos como ejemplo un traslado oficialmente anunciado para llevar a cierto número de prisioneros a otro campo; no era difícil adivinar el destino de esos prisioneros: la cámara de gas. Se seleccionaba a los enfermos, a los más débiles, a los que no podían trabajar, para enviarlos a uno de los grandes campos centrales, equipados con cámara de gas y crematorios. El anuncio del traslado suponía la señal que desencadenaba una encarnizada lucha entre los prisioneros, o entre distintos grupos, para conseguir, del modo que fuera, tachar de la lista el propio nombre o el de un amigo.


Todos éramos conscientes de que había que encontrar otra víctima para sustituir el número borrado, la cantidad estipulada de traslados no podía alterarse. Seguir vivo exigía la muerte de otro.


A las autoridades del Lager solo les importaba que se cubriera cada traslado con el número previsto de prisioneros. Les daba igual quienes estaban incluidos en la lista. Los prisioneros eran u número, y eso es lo que constaba en el traslado.


Al entrar a en el Lager se despejaba a los prisioneros de todas sus pertenencias, incluidos los documentos de identificación, circunstancia que algunos aprovecharon para adoptar otro nombre o atribuirse una profesión igualmente ficticias, y por los más diversos motivos muchos lo hacían. A las autoridades del campo les interesaba únicamente el número del prisionero, un número que tatuaban en la piel, y que había que llevar también cosido en un determinado lugar del pantalón, la chaqueta o el abrigo.


Los guardias nunca utilizaban el nombre del prisionero, si querían presentar una queja sobre algún recluso-casi siempre por pereza en el trabajo-les bastaba mirar el número y apuntarlo en su libreta


No teníamos tiempo, ni ganas para consideraciones morales o éticas. Nos aferrábamos a un pensamiento obsesivo: seguir vivos para volver con la familia o salvar a un amigo.


En general lograban sobrevivir solo aquellos prisioneros que, endurecidos tras años de deambular por distintos campos, habían perdido todos los escrúpulos en su lucha por la supervivencia, y para salvarse recurrían a cualquier medio, honrado o deshonroso, sirviéndose incluso de la fuerza bruta, el robo o la traición a sus amigos. Los escasos afortunados que sobrevivimos, gracias a una concentenación de casualidades o milagros, estamos convencidos de que los mejores no regresaron. "

 
 
 

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